lunes, 4 de abril de 2011

Mariana y otra gente


El día de hoy dejo finalmente, uno de los cuentos del libro "Mariana y otra gente"

Para leerlo, qué mejor que una canción ;)



Este cuento se llama:

Monotonía... y algunos papeles. Era todo lo que le quedaba sobre su escritorio...

Aún faltaba mucho tiempo para salir de ese rutinario lugar. Contaba las horas. Las dos menos cinco... y luego, las dos y diez... Era un ambiente algo tóxico y rodeado de monotonía, que llegaba al punto de adormecer y no despertar jamás.

Habían llegado las dos y media de la tarde, y de poder haber tenido un arma de fuego, el disparo estaría en la mira del reloj... o tal vez en su propia cabeza. Todos los días de su vida se había acostumbrado a la misma rutina de levantarse temprano, comer una fruta o algún panecillo, acompañado con una taza de café muy espeso y sin azúcar. Luego, entrar uniformado a su trabajo... Hasta que dieran las cinco, y atardeciera.


Todo el día recibía papeles, llenaba formas, entregaba documentos, y gastaba su paciencia en esas manecillas del reloj de pared algo estáticas. No podía tener vacaciones tan pronto, y menos en la época de recorte de personal. Sólo le quedaba hacer todo lo que le pedía su jefe (ese señor algo corto de estatura, escasos cabellos blancos y voz chillona) y pensar muy asimismadamente que ese tiempo era nulo e ingrato, y que no valía la pena tanto esfuerzo solamente por tener un salario que no alcanzaba para todo lo que quería y un seguro de accidentes. Sin embargo, cada día de la semana se sentaba en su cubículo, al frente de una computadora, que en más de una ocasión quiso arrojar por la ventana o al menos por un excusado.

Se había convertido en un robot. No era nadie, ni nada con o sin su trabajo. Necesitaba de algo completamente diferente al papeleo, horarios, formas y regaños por parte de varios desconocidos. Sin embargo, se fue a las cinco en punto, directamente a su departamento, sin ánimo alguno de romper la rutina. Pero no sería para siempre...

Su cabello ondulaba por el viento de la noche. Parecía algo angelical su mirar de ojos grandes y oscuros; y esa elegancia de su caminar. Ella lucía diferente a todo lo que había visto hasta ese momento. Se quedo perdido en la inmensidad de su belleza... y ella, simplemente no se dio cuenta, y siguió su camino cuando se subió al primer taxi desocupado.

Había perdido su oportunidad para salir de esa vida común y aburrida; pero ahora, no podía olvidar ese rostro, pálido de ojos grandes y oscuros... No pudo dormir esa noche, ni la siguiente. Inventaba e imaginaba lo que ella podría hacer a diario, el olor de su cabello lacio y su posible nombre. Empezó a dejar de comer, y perderse en sus pensamientos obsesivos. Entró en una especie de catarsis casi permanente y pensó que estaba al borde de la locura... y solamente la había visto por una fracción de segundo, en un día cualquiera que anunciaba el fin de semana.

Pero no había sido lo suficientemente rápido para actuar... y ella empezó a hacerle falta. Si tan solo se hubiera percatado algunos minutos antes de ella... Al menos le habría inventado alguna excusa tonta para ir a tomar juntos una taza de café. Desde ese momento todo se quedó en suposiciones e imágenes fuera de lo real: espejismos de alguien, pero ella nunca volvió a aparecer en persona, se había mezclado dentro de sus pensamientos; se había fundido en algo imaginario y pasajero. La veía en todas partes, pero solamente la ilusión de volver a tenerla de frente.

Empezó a descuidar los formularios, los documentos y las formas; así su jefe le chillara delante de todos los empleados. Ya nada más importaba... Era ella su obsesión, su impulso para seguir en este mundo de locura ordinaria. Ella era casi irreal, dentro de la ausencia de las verdaderas esperanzas.

Dejó de ir a trabajar. Cada noche, luego de los horarios laborales, él se situaba en el mismo lugar donde la vio aquella vez, esperanzado de divisarla entre la muchedumbre, las prisas y los portafolios de cuero que le pegaban en la cintura. Nunca volvió a encontrarla.

Había perdido la calma continua, la paciencia se agotó en dos semanas, y se encontró de nuevo en frente de la monotonía de un ir y venir de pensamientos asesinos, de las ganas que tenía de poder decirle aunque fuera un saludo... Había perdido la noción de sus pocos ideales, sin saber que ella se había ido de la ciudad, esa misma noche, y también, se había enloquecido con su rostro de alguien abatido y diferente al resto de ejecutivos.

El amor no hizo su embrujo de manera adecuada… Sólo quedaba perderse en la rutina, y tal vez, volver a verla en sus sueños.



Freakysita, escritora.

1 comentario:

Claulexa dijo...

bueno amiga, me gusta tu cuento!!!!
para cuando tenemos libro????

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