Entre escritos, letras casi ilegibles, recortes, anotaciones de clases y fotografías viejas me encontré con una pequeña insegura, llena de problemas y con las manos llenas de tinta china. Una chica que recibió más felicitaciones en su cumpleaños número 17, que por cumplir sus 15 años. Esa pequeña de cabello ondulado que pasaba horas dibujando y escribiendo acerca de sus amigos y amigas, de su perro o de las peleas con su madre.
Era yo.
Sonreí. Y limpié. Boté el 98% por así decirlo de estas chucherías. Conservé la carta de felicitaciones por estar participando en el concurso de ortografía por allá en el año 2004. Unas cartas que intercambié alguna vez con un profesor que me alentó a escribir, y sobre todo, a vivir. También algunas artesanías fabricadas por mi amiga Cindy. Valor incalculable en sonrisas, proyectos y palabras que hoy pesan más que nunca cada vez que necesito pensar acerca de alguna decisión en mi vida del presente.
Así, sin más, se fue vaciando una caja. Un cajón y luego una bolsa. Quedó esa misma caja, más recortada que nunca. Me despedí de los originales de los poemas de mis libros; que con tanto amor y pasión escribí en esas interminables tardes de universidad mientras más de una persona en el aula hablaba, contradecía o incluso, hacía sentir inferiores a algunos... Tiempos que no quiero volver a retomar, ni recordar...
Y si. El espacio que quedó se está llenando ya con cosas nuevas. Con caras nuevas. El botar recuerdos no significa olvidarlos. El dejar borradores en la caneca de reciclaje no implica que esas ideas no se desarrollaron. Y ahora, hay más espacio en mi clóset, y en mi cabeza para poder seguir adelante. Para ver este maravilloso presente que tanto me hace sonreír, me deja suspirando y me llena de amor al ver que las cosas están saliendo como me las imaginé hace unos cuantos años.
Freakysita, preparada para el presente.
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